¿Un informe? ¡Socorro!
La pasada semana mantuve una reunión con un director de operaciones de una importante multinacional afincada en España. Como le van bien las cosas, tuvimos café durante la reunión. Hablábamos en ese momento de la comunicación interna. Él manifestaba su necesidad de contar con información interna de calidad, de la que sirve para la toma de decisiones. Pero se quejaba de no recibirla. “No te puedes hacer idea de los informes que recibo. Son infumables.” Le pregunté si eran todos tan malos, y de qué departamentos tenía esa queja. “Los del dircom (sic) y los de seguridad. No hay cristiano que se los lea.” Naturalmente, le pregunté si había hecho llegar su valoración a los responsables de dichos informes. Me dijo que sí, que varias veces. Pero que ellos seguían redactando como si tal cosa, porque entendían que escribían lo que debían y que además lo hacían como debían hacerlo.
Este director me contaba que él no se consideraba Cervantes, sino una persona que a diario debía tomar decisiones trascendentales incluso para quienes le enviaban aquellos informes tan malos. El director, llamemosle Manuel, necesitaba apoyo de inteligencia para tomar decisiones. Para el día a día ya tenía a mano su cadena de mando, sus subdirectores. Y a sus amigos, aunque no fueran directivos. Incluso aunque fueran ajenos a la empresa. Él necesitaba cosas que no le contara nadie o, al menos, desde un punto de vista independiente, nada interesado. “A veces tengo la sensación de que los informes que recibo son sesgados y van orientados a no cambiar nada, no sea que ponga en peligro el sueldo de alguno de los que me los envían…”
Cuando le pregunté de qué iban esos informes, Manuel me dijo que iban de riesgos, de situaciones complejas. “tema interesante y necesario, ¿no”, le respondí. Pero me dijo: “sí, pero no quiero novelas. No tengo tiempo de leerme informes de cincuenta folios en los que el responsable de un departamento firma o me escribe para intentar demostrarme todo cuanto sabe y lo bien que escribe. Y, aunque tuviera tiempo, esos informes no me servirían.”
Le expliqué que debía hacer entender a sus subordinados, a su equipo de dirección, que un informe inteligente es distinto de un informe de inteligencia. Que se puede redactar un magnífico informe… que no sirva para tomar una decisión en la organización, sino para ser publicado en una revista académica de prestigio.
A eso me respondió que, a esas alturas de la vida, él no estaba para enseñar a leer y a escribir a sus colaboradores. Tenía razón. Pero tenía una tarea por delante: hacerles llegar que la presunción, que el miedo, que hacer la pelota, que la falta de ética… termina pasando factura. Debía convencer a su equipo de que un informe se redacta para ser leído. Y para que, una vez leído, quien lo reciba se vea impelido a tomar una decisión: la de seguir haciendo lo mismo o la de cambiar las cosas.
Un informe no es una obra de literatura. Ni unas estadísticas. Ni una denuncia. Ni un conjunto de opiniones, sin más. Un informe, por ejemplo, de ciberinteligencia, debe decir lo que ocurre, sus causas, sus orígenes y protagonistas, su impacto, el estado de la situación, el riesgo de no continuar igual… y unas recomendaciones, con sus ventajas e inconvenientes.
“Eso creo yo”, me dijo Manuel. “Lo demás, son patrañas. Se lo diré. O cambian, o van a encontrarse alguna sorpresa desagradable …”, terminó. Tomó unas notas, y continuamos con nuestro orden del día.
NOTA IMPORTANTE: Por este motivo, el próximo 21 de noviembre organizamos un seminario que lleva por nombre «Cómo redactar informes de inteligencia (incluidos los de ciberinteligencia)« en el que esperamos a todas las personas que tengan que redactar informes y, en especial, informes de inteligencia. Tienes todos los detalles aquí.
Autor: José Luis Hernangómez, Gerente de Ciberinteligencia